Las castañas son consideradas como uno de los alimentos más característicos del otoño. Son muy saludables y tienen importantes beneficios nutricionales.
Este fruto seco es muy rico en vitaminas del grupo B, ideales para reducir la sintomatología propia del otoño, en la que es común sentirnos apáticos o melancólicos.
Aporta muy pocas calorías y tiene un alto contenido en fibra, proteínas e hidratos de carbono. Además, son útiles en dietas de adelgazamiento porque ejercen un efecto claramente saciante y aportan un bajo contenido calórico (unas 190 Calorías/100 gr.).
Son una buena fuente de minerales, entre los que destacamos el magnesio, potasio, hierro y fósforo. Según algunos estudios se les atribuyen propiedades tanto antiinflamatorias como vasculares.
Fue el alimento base en tiempos de hambruna de los pueblos mediterráneos, cuyo uso entonces servía como sustituto del pan.
A lo largo de casi toda la Península Ibérica podemos encontrar castaños, pero gozan de gran fama las castañas de los bosques gallegos, amparadas por la Indicación Geográfico Protegida (IGP) Castañas de Galicia.
En la zona del Bierzo en León y Aliste en Zamora encontramos una variedad muy valorada “de parede”, que es una castaña sabrosa y dulce.
En las provincias de Asturias, Ávila, Salamanca, Málaga o Huelva, entre otras, se comercializan también buenas castañas.
Las primeras castañas frescas aparecen en el mercado en otoño y, dado que se pueden conservar con facilidad, es posible encontrarlas hasta finales de invierno.
A la hora de adquirir castañas hay que tener en cuenta el estado de la piel o cuero externo. Una corteza brillante y lustrosa es señal externa de la calidad del fruto.
En los primeros días de otoño, con la llegada de los fríos, las castañeras acuden a las ciudades con una indumentaria que las protege de las inclemencias del tiempo y con sus hornillos para asar castañas. Generalmente se comercializan en cucuruchos de papel de periódico. Como dice el refrán, “en diciembre se hielan las cañas y se asan las castañas”.